domingo, 20 de junio de 2010

Ilíada, Canto XXIV, versos 477-506


(...) El gran Príamo entró sin ser visto, se acercó a Aquiles, le abrazó las rodillas y besó aquellas manos terribles, homicidas, que habían dado muerte a tantos hijos suyos. (...) Asombróse Aquiles de ver al deiforme Príamo; y los demás se sorprendieron también y se miraron unos a otros. Y Príamo suplicó a Aquiles, dirigiéndole estas palabras:

Acuérdate de tu padre, Aquiles, semejante a los dioses, que tiene la misma edad que yo y ha llegado al funesto umbral de la vejez. Quizás los vecinos circunstantes le oprimen y no hay quien le salve del infortunio y de la ruina; pero al menos aquél, sabiendo que tú vives, se alegra en su corazón y espera de día en día que ha de ver a su hijo, llegado de Troya. Mas yo, desdichadísimo, después que engendré hijos excelentes en la espaciosa Troya, puedo decir que de ellos ninguno me queda. Cincuenta tenía cuando vinieron los aqueos: diecinueve procedían de un solo vientre; a los restantes, diferentes mujeres les dieron a luz en el palacio. A los más, el furibundo Ares les quebró las rodillas; y el que era único para mí, pues defendía la ciudad y a sus habitantes, a ése, tú lo mataste poco ha, mientras combatía por la patria, a Héctor; por quien vengo ahora a las naves de los aqueos a fin de redimirlo de ti, y traigo un inmenso rescate. Pero respeta a los dioses, Aquiles, y apiádate de mí, acordándote de tu padre; que yo soy todavía más digno de piedad, puesto que me atreví a lo que ningún otro mortal de la tierra: a llevar a mi boca la mano del asesino de mi hijo.

2 comentarios:

  1. ¡Gracias por compartirlo en el face, Cari! ¿Viste qué linda pintura? No era cuestión tampoco de robarte la nota completa, jejeje.

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