miércoles, 6 de octubre de 2010

El ballet de los faroleros

El séptimo día fue, pues, la Tierra.

La Tierra no es un planeta cualquiera. Se encuentran allí ciento once reyes (sin olvidar, sin duda, los reyes negros), siete mil geógrafos, novecientos mil hombres de negocios, siete millones y medio de ebrios, trescientos once millones de vanidosos, es decir, alrededor de dos mil millones de personas grandes.

Para daros una idea de las dimensiones de la Tierra os diré que antes de la invención de la electricidad se debía mantener, en el conjunto de seis continentes, un verdadero ejército de cuatrocientos sesenta y dos mil quinientos faroleros.

Vistos desde lejos hacían un efecto espléndido. Los movimientos de este ejército estaban organizados como los de un ballet de ópera. Primero era el turno de los faroleros de Nueva Zelandia y de Australia. Una vez alumbradas sus lamparillas, se iban a dormir. Entonces entraban en el turno de la danza los faroleros de China y de Serbia. Luego, también se escabullían entre los bastidores. Entonces era el turno de los faroleros de Rusia y de las Indias. Luego los de África y Europa. Luego los de América del Sud. Luego los de América del Norte. Y nunca se equivocaban en el orden de entrada en escena. Era grandioso.

Solamente el farolero del único farol del Polo Norte y su colega del único farol del Polo Sud llevaban una vida ociosa e indiferente: trabajaban dos veces por año.

[De: El Principito]

lunes, 4 de octubre de 2010

Te regalo las estrellas...

-No se ve lo que es importante...

-Seguramente...

-Es como con la flor. Si amas a una flor que se encuentra en una estrella, es agradable mirar el cielo por la noche. Todas las estrellas están florecidas.

-Seguramente.

-Por la noche mirarás las estrellas. No te puedo mostrar dónde se encuentra la mía porque mi casa es muy pequeña. Será mejor así. Mi estrella será para ti una de las estrellas. Entonces te agradará mirar todas las estrellas... Todas serán tus amigas. Y luego te voy a hacer un regalo...

Volvió a reír.

-¡Ah!, hombrecito... hombrecito... ¡Me gusta oír tu risa!

-Precisamente, será mi regalo... Será como con el agua...

-¿Qué quieres decir?

-Las gentes tienen estrellas que no son las mismas. Para unos, los que viajan, las estrellas son guías. Para otros, que son sabios, son problemas. Para mi hombre de negocios, eran oro. Pero todas esas estrellas no hablan. Tú tendrás estrellas como nadie las ha tenido.

-¿Qué quieres decir?

-Cuando mires al cielo, por la noche, como yo habitaré en una de ellas, como yo reiré en una de ellas, será para ti como si rieran todas las estrellas. ¡Tú tendrás estrellas que saben reír!

Y volvió a reír.

-Y cuando te hayas consolado (siempre se encuentra consuelo) estarás contento de haberme conocido. Serás siempre mi amigo. Tendrás deseos de reír conmigo. Y abrirás la ventana, así, por placer... Y tus amigos se asombrarán al verte reír mirando el cielo. Entonces les dirás: "Sí, las estrellas siempre me hacen reír", y ellos te creerán loco. Te habré hecho una mala jugada...

Y volvió a reír:

-Será como si te hubiera dado, en lugar de estrellas, un montón de cascabelitos que saben reír...

[de El Principito]

miércoles, 29 de septiembre de 2010

De la sociedad de los poetas muertos - Walt Whitman


No dejes que termine el día sin haber crecido un poco, sin haber sido feliz,

sin haber aumentado tus sueños.

No te dejes vencer por el desaliento.

No permitas que nadie te quite el derecho a expresarte, que es casi un deber.

No abandones las ansias de hacer de tu vida algo extraordinario.

No dejes de creer que las palabras y las poesías sí pueden cambiar el mundo.

Pase lo que pase nuestra esencia está intacta.

Somos seres llenos de pasión.

La vida es desierto y oasis.

Nos derriba, nos lastima, nos enseña, nos convierte en protagonistas de nuestra propia historia.

Aunque el viento sople en contra, la poderosa obra continúa:

Tú puedes aportar una estrofa.

No dejes nunca de soñar, porque en sueños es libre el hombre.

No caigas en el peor de los errores:el silencioLa mayoría vive en un silencio espantoso.

No te resignes. Huye.

"Emito mis alaridos por los techos de este mundo", dice el poeta.

Valora la belleza de las cosas simples.

Se puede hacer bella poesía sobre pequeñas cosas,

pero no podemos remar en contra de nosotros mismos.

Eso transforma la vida en un infierno.

Disfruta del pánico que te provoca tener la vida por delante.

Vívela intensamente, sin mediocridad.

Piensa que en ti está el futuro y encara la tarea con orgullo y sin miedo.

Aprende de quienes puedan enseñarte.

Las experiencias de quienes nos precedieron,

de nuestros "poetas muertos",

te ayudan a caminar por la vida.

La sociedad de hoy somos nosotros, los "poetas vivos".

No permitas que la vida te pase a ti sin que la vivas

martes, 10 de agosto de 2010

Los héroes también lloran... (Ilíada XVIII, vv. 15 al 137 aprox)

"...llegó el hijo del ilustre Néstor; y derramando ardientes lágrimas, dióle [a Aquiles] la triste noticia:

—¡Ay de mí, hijo del aguerrido Peleo! Sabrás una infausta nueva, una cosa que no hubiera de haber ocurrido. Patroclo yace en el suelo, y teucros y aqueos combaten en torno del cadáver desnudo, pues Héctor, el de tremolante casco, tiene la armadura.

Así dijo, y negra nube de pesar envolvió a Aquileo. El héroe cogió ceniza con ambas manos y derramándola sobre su cabeza, afeó el gracioso rostro y manchó la divina túnica; después se tendió en el polvo, ocupando un gran espacio, y con las manos se arrancaba los cabellos. Las esclavas que Aquileo y Patroclo cautivaran, salieron afligidas; y dando agudos gritos, rodearon a Aquileo; todas se golpeaban el pecho y sentían desfallecer sus miembros. Antíloco también se lamentaba, vertía lágrimas y tenía de las manos a Aquileo, cuyo gran corazón deshacíase en suspiros, por el temor de que se cortase la garganta con el hierro. Dio Aquileo un horrendo gemido; oyóle su veneranda madre, que se hallaba en el fondo del mar, junto al padre anciano, y prorrumpió en sollozos, y cuantas diosas nereidas había en aquellas profundidades, todas se congregaron a su alrededor. Allí estaban Glauce, Talía, Cimodoce, Nesea, Espio, Toe, Halia, la de los grandes ojos, Cimotoe, Actea Limnorea, Melita, Yera, Anfítoe, Agave, Doto, Proto, Ferusa, Dinámene, Dexámene, Anfínome, Calianira, Doris, Pánope, la célebre Galatea, Nemertes, Apseudes, Calianasa, Climene Yanira, Yanasa, Mera, Oritia, Amatía, la de hermosas trenzas, y las restantes nereidas que habitan en lo hondo del mar. La blanquecina gruta se llenó de ninfas, y todas se golpeaban el pecho. Y Tetis, dando principio a los lamentos, exclamó:

—Oíd, hermanas nereidas, para que sepáis cuantas penas sufre mi corazón. ¡Ay de mí, desgraciada! ¡Ay de mí, madre infeliz de un valiente! Parí un hijo ilustre, fuerte e insigne entre los héroes, que creció semejante a un árbol; le crié como a una planta en terreno fértil y lo mandé a Ilión en las corvas naves para que combatiera con los teucros, y ya no le recibiré otra vez, porque no volverá a mi casa, a la mansión de Peleo. Mientras vive y ve la luz del sol está angustiado, y no puedo, aunque a él me acerque, llevarle socorro. Iré a verle y me dirá qué pesar le aflige ahora que no interviene en las batallas.

Dijo, y salió de la gruta; las nereidas la acompañaron llorosas, y las olas del mar se rompían en torno de ellas. Cuando llegaron a la fértil Troya, subieron todas a la playa donde las muchas naves de los mirmidones habían sido colocadas a ambos lados de la del veloz Aquileo. La veneranda madre se acercó al héroe, que suspiraba profundamente; y rompiendo el aire con agudos clamores abrazóle la cabeza, y en tono lastimero pronunció estas aladas palabras:

—¡Hijo! ¿Porqué lloras? ¿Qué pesar te ha llegado al alma? Habla; no me lo ocultes. Zeus ha cumplido lo que tú, levantando las manos, le pediste: que los aqueos fueran acorralados junto a los navío, y padecieran vergonzosos desastres.

Exhalando profundos suspiros, contestó Aquileo, el de los pies ligeros:

—¡Madre mía! El Olímpico, efectivamente, lo ha cumplido, pero ¿qué placer puede producirme, habiendo muerto Patroclo, el fiel amigo a quien apreciaba sobre todos los compañeros y tanto como a mi propia cabeza? Lo he perdido, y Héctor, después de matarlo, le despojó de las armas prodigiosas, admirables, magníficas, que los dioses regalaron a Peleo, como espléndido presente, el día en que te colocaron en el tálamo de un hombre mortal. Ojalá hubieras seguido habitando en el mar con las inmortales ninfas, y Peleo hubiese tomado esposa mortal. Mas no sucedió así, para que sea inmenso el dolor de tu alma cuando muera tu hijo, a quien ya no recibirás en tu casa, de vuelta de Troya; pues mi ánimo no me incita a vivir, ni a permanecer entre los hombres, si Héctor no pierde la vida, atravesado por mi lanza, y recibe de este modo la condigna pena por la muerte de Patroclo Menetíada.

Respondióle Tetis, derramando lágrimas:

— Breve será tu existencia, a juzgar por lo que dices; pues la muerte te aguarda así que Héctor perezca.

Contestó muy afligido Aquileo, el de los pies ligeros:

— Muera yo en el acto, ya que no pude socorrer al amigo cuando le mataron: ha perecido lejos de su país y sin tenerme al lado para que le librara de la desgracia. Ahora, puesto que no he de volver a la patria, ni he salvado a Patroclo, ni a los muchos amigos que murieron a manos del divino Héctor, permanezco en las naves cual inútil peso de la tierra; siendo tal en la batalla como ninguno de los aqueos, de broncíneas corazas, pues en la junta otros me superan. Ojalá pereciera la discordia para los dioses y para los hombres, y con ella la ira, que encruelece hasta al hombre sensato cuando más dulce que la miel se introduce en el pecho y va creciendo como el humo. Así me irritó el rey de hombres Agamemnón. Pero dejemos lo pasado, aunque afligidos, pues es preciso refrenar el furor del pecho. Iré a buscar al matador del amigo querido, a Héctor; y sufriré la muerte cuando lo dispongan Zeus y los demás dioses inmortales. Pues ni el fornido Heracles pudo librarse de ella, con ser carísimo al soberano Jove Cronión, sino que el hado y la cólera funesta de Hera le hicieron sucumbir. Así yo, si he de tener igual suerte, yaceré en la tumba cuando muera; mas ahora ganaré gloria, fama y haré que algunas de las matronas troyanas o dardanias, de profundo seno, den fuertes suspiros y con ambas manos se enjuguen las lágrimas de sus tiernas mejillas. Conozcan que hace días que me abstengo de combatir. Y tú, aunque me ames, no me prohíbas que pelee, pues no lograrás persuadirme.

Respondióle Tetis, la de los argentados pies:

— Sí, hijo, es justo, y no puede reprobarse que libres a los afligidos compañeros de una muerte terrible; pero tu magnífica armadura de luciente bronce la tienen los teucros, y Héctor, el de tremolante casco, se vanagloria de cubrir con ella sus hombros. Con todo eso, me figuro que no durará mucho su jactancia, pues ya la muerte se le avecina. Tú no entres en combate hasta que con tus ojos me veas volver, y mañana al romper el alba, vendré a traerte una hermosa armadura fabricada por Hefesto."

[Traducción de Luis Segelá y Estalella]

lunes, 9 de agosto de 2010

Muerte de Héctor - Ilíada XXII, vv. 375 al 515 aprox.


El divino Aquileo, ligero de pies, tan pronto como hubo despojado el cadáver, se puso en medio de los aqueos y pronunció estas aladas palabras:

—¡Oh amigos, capitanes y príncipes de los argivos! Ya que los dioses nos concedieron vencer a ese guerrero que causó mucho más daño que todos los otros juntos, ea, sin dejar las armas cerquemos la ciudad para conocer cuál es el propósito de los troyanos: si abandonarán la ciudadela por haber sucumbido Héctor, o se atreverán a quedarse todavía a pesar de que éste ya no existe. Mas ¿por qué en tales cosas me hace pensar el corazón? En las naves yace Patroclo muerto, insepulto y no llorado; y no le olvidaré, en tanto me halle entre los vivos y mis rodillas se muevan; y si en el Hades se olvida a los muertos, aun allí me acordaré del compañero amado. Ahora, ea, volvamos, cantando el peán, a las cóncavas naves, y llevémonos este cadáver. Hemos ganado una gran victoria: matamos al divino Héctor, a quien dentro de la ciudad los troyanos dirigían votos cual si fuese un dios.

Dijo; y para tratar ignominiosamente al divino Héctor, le horadó los tendones de detrás de ambos pies desde el tobillo hasta el talón; introdujo correas de piel de buey, y le ató al carro, de modo que la cabeza fuese arrastrando; luego, recogiendo la magnífica armadura, subió y picó a los caballos para que arrancaran, y éstos volaron gozosos. Gran polvareda levantaba el cadáver mientras era arrastrado: la negra cabellera se esparcía por el suelo, y la cabeza, antes tan graciosa, se hundía en el polvo; porque Zeus la entregó entonces a los enemigos, para que allí, en su misma patria, la ultrajaran.

Así la cabeza de Héctor se manchaba de polvo. La madre, al verlo, se arrancaba los cabellos; y arrojando de sí el blanco velo, prorrumpió en tristísimos sollozos. El padre suspiraba lastimeramente, y alrededor de él y por la ciudad el pueblo gemía y se lamentaba. No parecía sino que la excelsa Ilión fuese desde su cumbre devorada por el fuego. Los guerreros apenas podían contener al anciano, que, excitado por el pesar, quería salir por las puertas Dardanias, y revolcándose en el lodo, les suplicaba a todos llamándoles por sus respectivos nombres:

—Dejadme, amigos, por más intranquilos que estéis; permitid que, saliendo solo de la ciudad, vaya a las naves aqueas y ruegue a ese hombre pernicioso y violento: acaso respete mi edad y se apiade de mi vejez. Tiene un padre como yo, Peleo, el cual le engendró y crió para que fuese una plaga de los troyanos; pero es a mí a quien ha causado más pesares. ¡A cuántos hijos míos mató, que se hallaban en la flor de la juventud! Pero no me lamento tanto por ellos, aunque su suerte me haya afligido, como por uno cuya pérdida me causa el vivo dolor que me precipitará al Hades: por Héctor, que hubiera debido morir en mis brazos, y entonces nos hubiésemos saciado de llorarle y plañirle la infortunada madre que le dio a luz y yo mismo.

Así habló, llorando, y los ciudadanos suspiraron. Y Hécabe comenzó entre las troyanas el funeral lamento:

—¡Oh hijo! ¡Ay de mí, desgraciada! ¿Por qué viviré después de padecer terribles penas y de haber muerto tú? Día y noche eras en la ciudad motivo de orgullo para mí y el baluarte de los troyanos y troyanas, que te saludaban como a un dios. Vivo, constituías una excelsa gloria para ellos, pero ya la muerte y el hado te alcanzaron.

Así dijo llorando. La esposa de Héctor nada sabía, pues ningún mensajero le llevó la noticia de que su marido se quedara fuera del muro; y en lo más hondo del alto palacio tejía una tela doble y purpúrea, que adornaba con labores de variado color. Había mandado a las esclavas de hermosas trenzas que pusieran al fuego un trípode grande para que Héctor se bañase en agua tibia al volver de la batalla. ¡Insensata! Ignoraba que Atenea, la de brillantes ojos, le había hecho sucumbir lejos del baño a manos de Aquileo. Pero oyó gemidos y lamentaciones que venían de la torre, estremeciéronse sus miembros, y la lanzadera le cayó al suelo. Y al instante dijo a las esclavas de hermosas trenzas:

—Venid, seguidme dos, voy a ver qué ocurre. Oí la voz de mi venerable suegra; el corazón me salta en el pecho hacia la boca y mis rodillas se entumecen: algún infortunio amenaza a los hijos de Príamo. ¡Ojalá que tal noticia nunca llegue a mis oídos! Pero mucho temo que el divino Aquileo haya separado de la ciudad a mi Héctor audaz, le persiga a él solo por la llanura y acabe con el funesto valor que siempre tuvo; porque jamás en la batalla se quedó entre la turba de los combatientes sino que se adelantaba mucho y en bravura a nadie cedía.

Dicho esto, salió apresuradamente del palacio como una loca, palpitándole el corazón; y dos esclavas la acompañaron. Mas, cuando llegó a la torre y a la multitud de gente que allí se encontraba, se detuvo, y desde el muro registró el campo: en seguida vio que los veloces caballos arrastraban cruelmente el cadáver de Héctor fuera de la ciudad, hacia las cóncavas naves de los aqueos; las tinieblas de la noche velaron sus ojos, cayó de espaldas y se le desmayó el alma. Arrancóse de su cabeza los vistosos lazos, la diadema, la redecilla, la trenzada cinta y el velo que la dorada Afrodita le había dado el día en que Héctor se la llevó del palacio de Eetión, constituyéndole una gran dote. A su alrededor hallábanse muchas cuñadas y concuñadas suyas, las cuales la sostenían aturdida como si fuera a perecer. Cuando volvió en sí y recobró el aliento, lamentándose con desconsuelo, dijo entre las troyanas:

—¡Héctor! ¡Ay de mí, infeliz! Ambos nacimos con la misma suerte, tú en Troya, en el palacio de Príamo; yo en Tebas, al pie del selvoso Placo, en el alcázar de Eetión el cual me crió cuando niña para que fuese desventurada como él. ¡Ojalá no me hubiera engendrado! Ahora tú desciendes a la mansión del Hades, en el seno de la tierra, y me dejas en el palacio viuda y sumida en triste duelo. Y el hijo, aún infante, que engendramos tú y yo infortunados... Ni tú serás su amparo, oh Héctor, pues has fallecido; ni él el tuyo. Si escapa con vida de la luctuosa guerra de los aqueos tendrá siempre fatigas y pesares; y los demás se apoderarán de sus campos, cambiando de sitio los mojones. El mismo día en que un niño queda huérfano, pierde todos los amigos; y en adelante va cabizbajo y con las mejillas bañadas en lágrimas. Obligado por la necesidad, dirígese a los amigos de su padre, tirándoles ya del manto ya de la túnica; y alguno, compadecido, le alarga un vaso pequeño con el cual mojará los labios, pero no llegará a humedecer la garganta. El niño que tiene los padres vivos le echa del festín, dándole puñadas e increpándolo con injuriosas voces:

—¡Vete enhoramala! —le dice—, que tu padre no come a escote con nosotros. Y volverá a su madre viuda, llorando, el huérfano Astianacte, que en otro tiempo, sentado en las rodillas de su padre, sólo comía médula y grasa pingüe de ovejas, y cuando se cansaba de jugar y se entregaba al sueño! dormía en blanda cama, en brazos de la nodriza, con el corazón lleno de gozo; mas ahora que ha muerto su padre, mucho tendrá que padecer Astianacte, a quien los troyanos llamaban así porque sólo tú, oh Héctor, defendías las puertas y los altos muros. Y a ti, cuando los perros te hayan despedazado, los movedizos gusanos te comerán desnudo, junto a las corvas naves; habiendo en el palacio vestiduras finas y hermosas, que las esclavas hicieron con sus manos. Arrojaré todas estas vestiduras al ardiente fuego; y ya que no te aprovechen, pues no yacerás en ellas, constituirán para ti un motivo de gloria a los ojos de los troyanos y de las troyanas.

Tal dijo, llorando, y las mujeres gimieron.

[Traducción de Luis Segalá y Estalella]

domingo, 8 de agosto de 2010

Fauna de los Estados Unidos

La jocosa mitología de los campamentos de hacheros de Wisconsin y de Minnesota incluye singulares criaturas, en las que, seguramente, nadie ha creído.

El Hidebehind siempre está detrás de algo. Por más vueltas que diera un hombre, siempre lo tenía detrás y por eso nadie lo ha visto, aunque ha matado y devorado a muchos leñadores.

El Roperite, animal del tamaño de un petiso, tiene un pico semejante a una cuerda, que le sirve para enlazar los conejos más rápidos.

El Teakettler debe su nombre al ruido que hace, semejante al del agua hirviendo de la caldera del té; echa humo por la boca, camina para atrás y ha sido visto muy pocas veces.

El Axebandle Hound tiene la cabeza en forma de hacha, el cuerpo en forma de mango de hacha, patas retaconas, y se alimenta exclusivamente de mangos de hacha.

Entre los peces de esta región están los Upland Trouts que anidan en los árboles, vuelan muy bien y tienen miedo al agua.

Existe además el Goofang, que nada para atrás para que no se le meta el agua en los ojos y es del tamaño exacto del pez rueda, pero mucho más grande.

No olvidemos el Goofus Bird, pájaro que construye el nido al revés y vuela para atrás, porque no le importa adónde va, sino dónde estuvo

El Gillygaloo anidaba en las escarpadas laderas de la famosa Pyramid Forty. Ponía huevos cuadrados para que no rodaran y se perdieran. Los leñadores cocían estos huevos y los usaban como dados.

El Pinnacle Grouse sólo tenía un ala que le permitía volar en una sola dirección, dando infinitamente la vuelta a un cerro cónico. El color del plumaje variaba según las estaciones y según la condición del observador.

[En: Libro de los seres imaginarios - J. L. Borges]

sábado, 7 de agosto de 2010

Háctor y Andrómaca - Ilíada (vv. 370 hasta el 502 aprox)

"Llegó [Héctor] en seguida a su palacio que abundaba de gente, mas no encontró a Andrómaca, la de níveos brazos, pues con el niño y la criada de hermoso peplo estaba en la torre llorando y lamentándose. Héctor, como no hallara a su excelente esposa, detúvose en el umbral y habló con las esclavas:

—¡Ea, esclavas! Decidme la verdad:

¿Adónde ha ido Andrómaca, la de níveos brazos, desde el palacio? ¿A visitar a mis hermanas o a mis cuñadas de hermosos peplos? ¿O, acaso, al templo de Atenea, donde las troyanas, de lindas trenzas, aplacan a la terrible diosa?

Respondióle la fiel despensera:

— ¡Héctor! Ya que nos mandas decir la verdad, no fue a visitar a tus hermanas ni a tus cuñadas de hermosos peplos, ni al templo de Atenea, donde las troyanas, de lindas trenzas, aplacan a la terrible diosa, sino que subió a la gran torre de Ilión, porque supo que los teucros llevaban la peor parte y era grande el ímpetu de los aqueos. Partió hacia la muralla, ansiosa, como loca, y con ella se fue la nodriza que lleva el niño.

Así habló la despensera, y Héctor, saliendo presuroso de la casa, desanduvo el camino por las bien trazadas calles. Tan luego como, después de atravesar la gran ciudad, llegó a las puertas Esceas —por allí había de salir al campo—, corrió a su encuentro su rica esposa Andrómaca, hija del magnánimo Eetión, que vivía al pie del Placo en Tebas de Hipoplacia y era rey de los cilicios. Hija de éste era pues, la esposa de Héctor, de broncínea armadura, que entonces le salió al camino. Acompañábale una doncella llevando en brazos al tierno infante, hijo amado de Héctor, hermoso como una estrella, a quien su padre llamaba Escamandrio y los demás Astianacte, porque sólo por Héctor se salvaba Ilión. Vio el héroe al niño y sonrió silenciosamente.

Andrómaca, llorosa, se detuvo a su vera, y asiéndole de la mano, le dijo:

—¡Desgraciado! Tu valor te perderá. No te apiades del tierno infante ni de mí, infortunada, que pronto seré viuda; pues los aqueos te acometerán todos a una y acabarán contigo. Preferible sería que, al perderte, la tierra me tragara, porque si mueres no habrá consuelo para mí, sino pesares; que ya no tengo padre ni venerable madre. A mi padre matóle el divino Aquileo cuando tomó la populosa ciudad de los cilicios, Tebas, la de altas puertas: dio muerte a Etión, y sin despojarle, por el religioso temor que le entró en el ánimo, quemó el cadáver con las labradas armas y le erigió un túmulo, a cuyo alrededor plantaron álamos las ninfas Oréades, hijas de Zeus, que lleva la égida. Mis siete hermanos, que habitaban en el palacio, descendieron al Hades el mismo día; pues a todos los mató el divino Aquileo, el de los pies ligeros, entre los bueyes de tornátiles patas y las cándidas ovejas. A mi madre, que reinaba al pie del selvoso Placo, trájola aquél con el botín y la puso en libertad por un inmenso rescate; pero Artemis, que se complace en tirar flechas, hirióla en el palacio de mi padre. Héctor, ahora tú eres mi padre, mi venerable madre y mi hermano; tú, mi floreciente esposo. Pues, ea, sé compasivo, quédate en la torre —¡no hagas a un niño huérfano y a una mujer viuda!— y pon el ejército junto al cabrahigo, que por allí la ciudad es accesible y el muro más fácil de escalar. Los más valientes —los dos Ayaces, el célebre Idomeneo, los Atridas y el fuerte hijo de Tideo con los suyos respectivos— ya por tres veces se han encaminado a aquel sitio para intentar el asalto: alguien que conoce los oráculos se lo indicó, o su mismo arrojo los impele y anima.

Contestó el gran Héctor, de tremolante casco:

— Todo esto me preocupa, mujer, pero mucho me sonrojaría ante los troyanos y las troyanas de rozagantes peplos si como un cobarde huyera del combate; y tampoco mi corazón me incita a ello, que siempre supe ser valiente y pelear en primera fila, manteniendo la inmensa gloria de mi padre y de mí mismo. Bien lo conoce mi inteligencia y lo presiente mi corazón: día vendrá en que perezcan la sagrada Ilión, Príamo y su pueblo armado con lanzas de fresno. Pero la futura desgracia de los troyanos, de la misma Hécabe, del rey Príamo y de muchos de mis valientes hermanos que caerán en el polvo a manos de los enemigos, no me importa tanto como la que padecerás tú cuando alguno de los aqueos, de broncíneas corazas, se te lleve llorosa, privándote de libertad, y luego tejas tela en Argos, a las órdenes de otra mujer, o vayas por agua a la fuente Meseida o Hiperea, muy contrariada porque la dura necesidad pesará sobre ti. Y quizás alguien exclame, al verte deshecha en lágrimas:

Esta fue la esposa de Héctor, el guerrero que más se señalaba entre los teucros, domadores de caballos, cuando en torno de llión peleaban.

Así dirán, y sentirás un nuevo pesar al verte sin el hombre que pudiera librarte de la esclavitud. Pero que un montón de tierra cubra mi cadáver antes que oiga tus clamores o presencie tu rapto.

Así diciendo, el esclarecido Héctor tendió los brazos a su hijo, y éste se recostó, gritando, en el seno de la nodriza de bella cintura, por el terror que el aspecto de su padre le causaba: dábanle miedo el bronce y el terrible penacho de crines de caballo, que veía ondear en lo alto del yelmo. Sonriéronse el padre amoroso y la veneranda madre. Héctor se apresuró a dejar el refulgente casco en el suelo, besó y meció en sus manos al hijo amado y rogó así a Zeus y a los demás dioses:

—¡Zeus y demás dioses! Concededme que este hijo mío sea como yo, ilustre entre los teucros y muy esforzado; que reine poderosamente en Ilión; que digan de él cuando vuelva de la batalla: ¡es mucho más valiente que su padre!; y que, cargado de cruentos despojos del enemigo a quien haya muerto, regocije de su madre el alma.

Esto dicho, puso el niño en brazos de la esposa amada, que al recibirlo en el perfumado seno sonreía con el rostro todavía bañado en lágrimas. Notólo Héctor y compadecido, acaricióla con la mano y así le hablo:

—¡Esposa querida! No en demasía tu corazón se acongoje, que nadie me enviará al Hades antes de lo dispuesto por el hado; y de su suerte ningún hombre, sea cobarde o valiente, puede librarse una vez nacido. Vuelve a casa, ocúpate en las labores del telar y la rueca, y ordena a las esclavas que se apliquen al trabajo; y de la guerra nos cuidaremos cuantos varones nacimos en Ilión, y yo el primero.

Dichas estas palabras, el preclaro Héctor se puso el yelmo adornado con crines de caballo, y la esposa amada regresó a su casa, volviendo la cabeza de cuando en cuando y vertiendo copiosas lágrimas. Pronto llegó Andrómaca al palacio, lleno de gente, de Héctor, matador de hombres; halló en él a muchas esclavas, y a todas las movió a lágrimas. Lloraban en el palacio a Héctor vivo aún, porque no esperaban que volviera del combate librándose del valor y de las manos de los aqueos."

[Traducción de Luis Segalá y Estelella]

miércoles, 21 de julio de 2010

Desde los afectos...

Como hacerte saber que siempre hay tiempo?
Que uno tiene que buscarlo y dárselo..
Que nadie establece normas, salvo la vida..
Que la vida sin ciertas normas pierde formas..
Que la forma no se pierde con abrirnos..
Que abrirnos no es amar indiscriminadamente..
Que no esta prohibido amar..
Que también se puede odiar..
Que el odio y el amor son afectos...
Que la agresión porque sí, hiere mucho..
Que las heridas se cierran..
Que las puertas no deben cerrarse..
Que la mayor puerta es el afecto..
Que los afectos , nos definen
Que definirse no es remar contra la corriente..
Que cuanto más fuerte se hace el trazo, más se dibuja..
Que buscar un equilibrio no implica ser tibio..
Que negar palabras , es abrir distancias..
Que encontrarse es muy hermoso..
Que el sexo forma parte de lo hermoso de la vida..
Que la vida parte del sexo..
Que el por qué de los niños, tiene su por qué..
Que querer saber de alguien, no es sólo curiosidad..
Que saber todo de todos, es curiosidad mal sana..
Que nunca esta demás agradecer..
Que autodeterminación no es hacer las cosas solo
Que nadie quiere estar solo
Que para no estar solo hay que dar
Que para dar, debemos recibir antes..
Que para que nos den también hay que saber pedir
Que saber pedir no es regalarse
Que regalarse en definitiva no es quererse
Que para que nos quieran debemos demostrar qué somos
Que para que alguien sea, hay que ayudarlo
Que ayudar es poder alentar y apoyar
Que adular no es apoyar
Que adular es tan pernicioso como dar vuelta la cara
Que las cosas cara a cara son honestas
Que nadie es honesto porque no robe
Que cuando no hay placer en las cosas no se está viviendo
Que para sentir la vida hay que olvidarse que existe la muerte
Que se puede estar muerto en vida..
Que se siente con el cuerpo y la mente
Que con los oídos se escucha
Que cuesta ser sensible y no herirse
Que herirse no es desangrarse
Que para no ser heridos levantamos muros
Que sería mejor construir puentes
Que sobre ellos se van a la otra orilla y nadie vuelve
Que volver no implica retroceder
Que retroceder también puede ser avanzar
Que no por mucho avanzar se amanece mas cerca del sol
...Como hacerte saber que nadie establece normas ,salvo la vida?

M.Benedetti

sábado, 26 de junio de 2010

No te rindas...


No te rindas, aún estás a tiempo

De alcanzar y comenzar de nuevo,

Aceptar tus sombras,

Enterrar tus miedos,

Liberar el lastre,

Retomar el vuelo.

No te rindas que la vida es eso,

Continuar el viaje,

Perseguir tus sueños,

Destrabar el tiempo,

Correr los escombros,

Y destapar el cielo.

No te rindas, por favor no cedas,

Aunque el frío queme,

Aunque el miedo muerda,

Aunque el sol se esconda,

Y se calle el viento,

Aún hay fuego en tu alma

Aún hay vida en tus sueños.

Porque la vida es tuya y tuyo también el deseo

Porque lo has querido y porque te quiero

Porque existe el vino y el amor, es cierto.

Porque no hay heridas que no cure el tiempo.

Abrir las puertas,

Quitar los cerrojos,

Abandonar las murallas que te protegieron,

Vivir la vida y aceptar el reto,

Recuperar la risa,

Ensayar un canto,

Bajar la guardia y extender las manos

Desplegar las alas

E intentar de nuevo,

Celebrar la vida y retomar los cielos.

No te rindas, por favor no cedas,

Aunque el frío queme,

Aunque el miedo muerda,

Aunque el sol se ponga y se calle el viento,

Aún hay fuego en tu alma,

Aún hay vida en tus sueños

Porque cada día es un comienzo nuevo,

Porque esta es la hora y el mejor momento.

Porque no estás solo, porque yo te quiero.

Mario Benedetti

domingo, 20 de junio de 2010

Ilíada, Canto XXIV, versos 477-506


(...) El gran Príamo entró sin ser visto, se acercó a Aquiles, le abrazó las rodillas y besó aquellas manos terribles, homicidas, que habían dado muerte a tantos hijos suyos. (...) Asombróse Aquiles de ver al deiforme Príamo; y los demás se sorprendieron también y se miraron unos a otros. Y Príamo suplicó a Aquiles, dirigiéndole estas palabras:

Acuérdate de tu padre, Aquiles, semejante a los dioses, que tiene la misma edad que yo y ha llegado al funesto umbral de la vejez. Quizás los vecinos circunstantes le oprimen y no hay quien le salve del infortunio y de la ruina; pero al menos aquél, sabiendo que tú vives, se alegra en su corazón y espera de día en día que ha de ver a su hijo, llegado de Troya. Mas yo, desdichadísimo, después que engendré hijos excelentes en la espaciosa Troya, puedo decir que de ellos ninguno me queda. Cincuenta tenía cuando vinieron los aqueos: diecinueve procedían de un solo vientre; a los restantes, diferentes mujeres les dieron a luz en el palacio. A los más, el furibundo Ares les quebró las rodillas; y el que era único para mí, pues defendía la ciudad y a sus habitantes, a ése, tú lo mataste poco ha, mientras combatía por la patria, a Héctor; por quien vengo ahora a las naves de los aqueos a fin de redimirlo de ti, y traigo un inmenso rescate. Pero respeta a los dioses, Aquiles, y apiádate de mí, acordándote de tu padre; que yo soy todavía más digno de piedad, puesto que me atreví a lo que ningún otro mortal de la tierra: a llevar a mi boca la mano del asesino de mi hijo.

sábado, 19 de junio de 2010

Controversia en el almuerzo

(Almuerzo en la hierba de Pere Greenham)

-La comida está lista- vociferó Zenna Hénderstut.

Cleto, su marido, se sentó a la mesa y dijo:

-Voy a comer poco, porque después pienso ir al club.

-Vos no sos socio de ningún club- contestó Zenna, sirviendo pollo.

-No importa. Voy a ir igual- dijo Cleto, comiendo berro.

-Igual a qué- preguntó Zenna, salando col.

-No te entiendo- Cleto detuvo un tallo en el intersticio entre sus incisivos.

-Cuando una cosa es igual- aclaró Zenna- es porque es igual a otra, no porque sea igual de por sí. ¿Sí?

-Sí- contestó Cleto, dando semáforo verde al tallo.

-Bueno, yo quiero saber cuál es esa otra.

-No hay ninguna otra, Zenna. Yo no hablé de SER igual, yo hablé de IR igual, ¿entendés? Ir igual al club, aunque no sea socio.

-¿Estás seguro de que no hay ninguna otra?- preguntó Zenna echando mayonesa al apio.

-Ninguna otra qué- inquirió Cleto, sirviendo vino.

-No sé. Lo que sea- concedió la esposa, bebiendo salsa de soja.

-Lo lamento, ‘seewtheart’, pero si no sos más específica no te puedo contestar- dijo él vertiendo vinagre sobre la zanahoria.

-Mirá, ‘hateswat’- Zenna colaboró con aceite-, yo pienso que podés. Lo que pasa es que no querés, porque es una empresa titánica enumerar todas las OTRAS cosas que hay en el mundo. No te preocupes. Te comprendo.

-Bueno, un poco ya me estás ayudando- dijo Cleto agitando el salero-. Cuando yo te pregunté OTRAS qué, vos me dijiste que no sabías, pero ahora me estás precisando que se trata de OTRAS COSAS.

-Sí, otras cosas o…

-O qué, caray.

-Otra mujer.

Cleto se atoró con filamento de chaucha.

-E… entonces no es “o”, es “u”, madre de Dios. Otras cosas U otra mujer. No otras cosas O otra mujer.

-Ya lo sé. Por eso fue que me detuve, antes de completar la frase- dijo Zenna mordiendo puerro.

-Bueno, de todos modos tu caso presenta circunstancias atenuantes: es difícil hablar bien cuando se tiene la boca llena de alcauciles- acusó Cleto, descarozando una aceituna.

-No son alcauciles, querido, son puerros- redarguyó su esposa -, y ahora estoy mascando también perejil, como podrás apreciar.

Zenna abrió grande la boca, para permitir a su marido una inspección ocular.

-No es propio de personas inteligentes mascar perejil- dijo él, rallando queso sobre el arroz con curry.

-¿La otra no lo masca?

-¿Qué otra?

-La otra mujer.

-Cometés el mismo error que la mayor parte de los iberoamericanos: la traducción correcta de la obra de Woody Allen no es “la otra mujer” sino “otra mujer”. ‘Another woman’, en inglés. Pero no te culpo- dijo Cleto, exprimiendo limón-. Nadie puede hablar un inglés medianamente correcto cuando tiene la boca atiborrada de acelga saltada.

-Le erraste como a las peras porque no es acelga sino espinaca- contestó Zenna untando una galleta dietética en salsa golf-. Además yo no hablé inglés, sino perfecto español.

-¿Perfecto? ¡Ja, ja, ja, ja!- al reír, Cleto salpicó fragmentos de tocino a medio masticar sobre la ensalada rusa-. Por favor, Zenna. Esa expresión de las peras, que utilizaste, no sería admitida ni en los barrios hispanos de Nueva York.

-Concuerdo contigo- Zenna engulló tres rodajas de remolacha en salsa tártara-. Pero en Manhattan esa expresión es moneda corriente.

-Casualmente esta mañana alquilé el video de esa película- dijo Cleto trozando pechuga- y te desafío a que la veamos juntos, a ver si en alguno de los diálogos aparece esa expresión. Te apuesto cuatro atados de escarola a que no.

-Estás apostando lo que no tenés- dijo Zenna, limpiándose una encía con la lengua-. Además yo no hablaba de la película, sino de la isla.

-Comprendo- Cleto se sacó delicadamente de la boca una espina de surubí-. Estabas hablando de la isla de edición de video con la que trabaja el distribuidor de la película.

-Pues no, señor sabelotodo- replicó Zenna, regurgitando crema de leche-, no hablaba de eso, pero qué más da. Una vez que a ti se te mete algo en la cabeza, no hay forma de sacarlo.

-Tu caso es diferente, por lo que veo. Al menos en lo que concierne a lo que se te mete en la boca. No tiene dificultad en salir. Esa baba que veo aflorar de tus labios, ¿no es acaso la salsa blanca que deglutiste hace apenas unos minutos?

-No sé ni me importa- Zenna volvió a tragar el líquido-. Lo que me asombra es el perpetuo movimiento temático de tu cháchara. ¿Cuál es su finalidad? ¿Evitar llegar al punto de que hay otra mujer en tu vida?

Cleto levantó una copa llena de Bourbon.

-Por fin estás aprendiendo inglés- dijo-. Pudiste al fin fijar en tu mente lo de “otra mujer”, sin el falaz artículo.

-Si se trata de fijaciones- dijo Zenna, tosiendo hígado de pavo-, no sé realmente qué te dio con la filmografía de Woody Allen. ¿Quién te obnubiló? ¿Gena Rowland? ¿Mia Farrow? ¿Mariel Hemingway?

-Mariel Hemingway- peroró Cleto, y se atoró con una semilla de calabaza-, Ma… Ma… Mariel Hemingway no actuó en “Otra mujer”, sino en “Manhattan”. Además, para tu información, ella es hija de uno de los máximos cultores contemporáneos del idioma inglés, de cuyos rudimentos tú estás recién intuyendo alguna noción.

-¿De quién es hija?- preguntó Zenna con aliento de huevo duro-, ¿de James Joyce?

-No. De Dale Carnegie- contestó su esposo, sirviéndose como postre una porción de ‘lemon-pie’ con mermelada de anchoas.

-Qué bien. Todos los días se aprende algo- Zenna eructó una suspensión de harina de mandioca en efervescencia de sidra.

-Brindemos por eso- dijo él, tocando el vaso de su esposa con el pote de salsa kétchup y llevándose luego éste a la boca-. Lamentablemente no puedo darte más lecciones por hoy, pues debo partir para el club.

Zenna escupió gofio y dijo:

-Creo haber señalado ya, en el transcurso de esta charla, que vos no sos socio de ningún club.

-Y yo- repuso Cleto capturando diferentes partículas alimenticias enredadas en su prolija barba- te dije que iba a ir igual.

-Que vas a ir igual, señor mío, significa que vas a ir a UN club. Vas a ir a UN club, pese a no ser socio de ninguno. Pero eso no fue lo que vos dijiste. Vos dijiste que ibas a ir AL club. ¿Cómo explicás eso?

Cleto expectoró abundante ensalada Waldorf.

-He ahí mi respuesta- dijo, limpiándose delicadamente la boca con una servilleta bordada con diseños en hilo blanco.

Zenna, al ver el estado en que su marido había dejado la mesa, sintió una náusea, de la que se alivió vomitando puré de lentejas y polenta a la Caruso. Pero lo hizo con tanta gracia que Cleto no pudo dejar de sonreír. Ella, entonces, le tomó la mano y le preguntó:

-¿Puedo ir contigo?

-Claro- dijo él, y su boca se acercó a la de Zenna en un tierno y largo beso de reconciliación.

--Leo Maslíah--