sábado, 26 de junio de 2010

No te rindas...


No te rindas, aún estás a tiempo

De alcanzar y comenzar de nuevo,

Aceptar tus sombras,

Enterrar tus miedos,

Liberar el lastre,

Retomar el vuelo.

No te rindas que la vida es eso,

Continuar el viaje,

Perseguir tus sueños,

Destrabar el tiempo,

Correr los escombros,

Y destapar el cielo.

No te rindas, por favor no cedas,

Aunque el frío queme,

Aunque el miedo muerda,

Aunque el sol se esconda,

Y se calle el viento,

Aún hay fuego en tu alma

Aún hay vida en tus sueños.

Porque la vida es tuya y tuyo también el deseo

Porque lo has querido y porque te quiero

Porque existe el vino y el amor, es cierto.

Porque no hay heridas que no cure el tiempo.

Abrir las puertas,

Quitar los cerrojos,

Abandonar las murallas que te protegieron,

Vivir la vida y aceptar el reto,

Recuperar la risa,

Ensayar un canto,

Bajar la guardia y extender las manos

Desplegar las alas

E intentar de nuevo,

Celebrar la vida y retomar los cielos.

No te rindas, por favor no cedas,

Aunque el frío queme,

Aunque el miedo muerda,

Aunque el sol se ponga y se calle el viento,

Aún hay fuego en tu alma,

Aún hay vida en tus sueños

Porque cada día es un comienzo nuevo,

Porque esta es la hora y el mejor momento.

Porque no estás solo, porque yo te quiero.

Mario Benedetti

domingo, 20 de junio de 2010

Ilíada, Canto XXIV, versos 477-506


(...) El gran Príamo entró sin ser visto, se acercó a Aquiles, le abrazó las rodillas y besó aquellas manos terribles, homicidas, que habían dado muerte a tantos hijos suyos. (...) Asombróse Aquiles de ver al deiforme Príamo; y los demás se sorprendieron también y se miraron unos a otros. Y Príamo suplicó a Aquiles, dirigiéndole estas palabras:

Acuérdate de tu padre, Aquiles, semejante a los dioses, que tiene la misma edad que yo y ha llegado al funesto umbral de la vejez. Quizás los vecinos circunstantes le oprimen y no hay quien le salve del infortunio y de la ruina; pero al menos aquél, sabiendo que tú vives, se alegra en su corazón y espera de día en día que ha de ver a su hijo, llegado de Troya. Mas yo, desdichadísimo, después que engendré hijos excelentes en la espaciosa Troya, puedo decir que de ellos ninguno me queda. Cincuenta tenía cuando vinieron los aqueos: diecinueve procedían de un solo vientre; a los restantes, diferentes mujeres les dieron a luz en el palacio. A los más, el furibundo Ares les quebró las rodillas; y el que era único para mí, pues defendía la ciudad y a sus habitantes, a ése, tú lo mataste poco ha, mientras combatía por la patria, a Héctor; por quien vengo ahora a las naves de los aqueos a fin de redimirlo de ti, y traigo un inmenso rescate. Pero respeta a los dioses, Aquiles, y apiádate de mí, acordándote de tu padre; que yo soy todavía más digno de piedad, puesto que me atreví a lo que ningún otro mortal de la tierra: a llevar a mi boca la mano del asesino de mi hijo.

sábado, 19 de junio de 2010

Controversia en el almuerzo

(Almuerzo en la hierba de Pere Greenham)

-La comida está lista- vociferó Zenna Hénderstut.

Cleto, su marido, se sentó a la mesa y dijo:

-Voy a comer poco, porque después pienso ir al club.

-Vos no sos socio de ningún club- contestó Zenna, sirviendo pollo.

-No importa. Voy a ir igual- dijo Cleto, comiendo berro.

-Igual a qué- preguntó Zenna, salando col.

-No te entiendo- Cleto detuvo un tallo en el intersticio entre sus incisivos.

-Cuando una cosa es igual- aclaró Zenna- es porque es igual a otra, no porque sea igual de por sí. ¿Sí?

-Sí- contestó Cleto, dando semáforo verde al tallo.

-Bueno, yo quiero saber cuál es esa otra.

-No hay ninguna otra, Zenna. Yo no hablé de SER igual, yo hablé de IR igual, ¿entendés? Ir igual al club, aunque no sea socio.

-¿Estás seguro de que no hay ninguna otra?- preguntó Zenna echando mayonesa al apio.

-Ninguna otra qué- inquirió Cleto, sirviendo vino.

-No sé. Lo que sea- concedió la esposa, bebiendo salsa de soja.

-Lo lamento, ‘seewtheart’, pero si no sos más específica no te puedo contestar- dijo él vertiendo vinagre sobre la zanahoria.

-Mirá, ‘hateswat’- Zenna colaboró con aceite-, yo pienso que podés. Lo que pasa es que no querés, porque es una empresa titánica enumerar todas las OTRAS cosas que hay en el mundo. No te preocupes. Te comprendo.

-Bueno, un poco ya me estás ayudando- dijo Cleto agitando el salero-. Cuando yo te pregunté OTRAS qué, vos me dijiste que no sabías, pero ahora me estás precisando que se trata de OTRAS COSAS.

-Sí, otras cosas o…

-O qué, caray.

-Otra mujer.

Cleto se atoró con filamento de chaucha.

-E… entonces no es “o”, es “u”, madre de Dios. Otras cosas U otra mujer. No otras cosas O otra mujer.

-Ya lo sé. Por eso fue que me detuve, antes de completar la frase- dijo Zenna mordiendo puerro.

-Bueno, de todos modos tu caso presenta circunstancias atenuantes: es difícil hablar bien cuando se tiene la boca llena de alcauciles- acusó Cleto, descarozando una aceituna.

-No son alcauciles, querido, son puerros- redarguyó su esposa -, y ahora estoy mascando también perejil, como podrás apreciar.

Zenna abrió grande la boca, para permitir a su marido una inspección ocular.

-No es propio de personas inteligentes mascar perejil- dijo él, rallando queso sobre el arroz con curry.

-¿La otra no lo masca?

-¿Qué otra?

-La otra mujer.

-Cometés el mismo error que la mayor parte de los iberoamericanos: la traducción correcta de la obra de Woody Allen no es “la otra mujer” sino “otra mujer”. ‘Another woman’, en inglés. Pero no te culpo- dijo Cleto, exprimiendo limón-. Nadie puede hablar un inglés medianamente correcto cuando tiene la boca atiborrada de acelga saltada.

-Le erraste como a las peras porque no es acelga sino espinaca- contestó Zenna untando una galleta dietética en salsa golf-. Además yo no hablé inglés, sino perfecto español.

-¿Perfecto? ¡Ja, ja, ja, ja!- al reír, Cleto salpicó fragmentos de tocino a medio masticar sobre la ensalada rusa-. Por favor, Zenna. Esa expresión de las peras, que utilizaste, no sería admitida ni en los barrios hispanos de Nueva York.

-Concuerdo contigo- Zenna engulló tres rodajas de remolacha en salsa tártara-. Pero en Manhattan esa expresión es moneda corriente.

-Casualmente esta mañana alquilé el video de esa película- dijo Cleto trozando pechuga- y te desafío a que la veamos juntos, a ver si en alguno de los diálogos aparece esa expresión. Te apuesto cuatro atados de escarola a que no.

-Estás apostando lo que no tenés- dijo Zenna, limpiándose una encía con la lengua-. Además yo no hablaba de la película, sino de la isla.

-Comprendo- Cleto se sacó delicadamente de la boca una espina de surubí-. Estabas hablando de la isla de edición de video con la que trabaja el distribuidor de la película.

-Pues no, señor sabelotodo- replicó Zenna, regurgitando crema de leche-, no hablaba de eso, pero qué más da. Una vez que a ti se te mete algo en la cabeza, no hay forma de sacarlo.

-Tu caso es diferente, por lo que veo. Al menos en lo que concierne a lo que se te mete en la boca. No tiene dificultad en salir. Esa baba que veo aflorar de tus labios, ¿no es acaso la salsa blanca que deglutiste hace apenas unos minutos?

-No sé ni me importa- Zenna volvió a tragar el líquido-. Lo que me asombra es el perpetuo movimiento temático de tu cháchara. ¿Cuál es su finalidad? ¿Evitar llegar al punto de que hay otra mujer en tu vida?

Cleto levantó una copa llena de Bourbon.

-Por fin estás aprendiendo inglés- dijo-. Pudiste al fin fijar en tu mente lo de “otra mujer”, sin el falaz artículo.

-Si se trata de fijaciones- dijo Zenna, tosiendo hígado de pavo-, no sé realmente qué te dio con la filmografía de Woody Allen. ¿Quién te obnubiló? ¿Gena Rowland? ¿Mia Farrow? ¿Mariel Hemingway?

-Mariel Hemingway- peroró Cleto, y se atoró con una semilla de calabaza-, Ma… Ma… Mariel Hemingway no actuó en “Otra mujer”, sino en “Manhattan”. Además, para tu información, ella es hija de uno de los máximos cultores contemporáneos del idioma inglés, de cuyos rudimentos tú estás recién intuyendo alguna noción.

-¿De quién es hija?- preguntó Zenna con aliento de huevo duro-, ¿de James Joyce?

-No. De Dale Carnegie- contestó su esposo, sirviéndose como postre una porción de ‘lemon-pie’ con mermelada de anchoas.

-Qué bien. Todos los días se aprende algo- Zenna eructó una suspensión de harina de mandioca en efervescencia de sidra.

-Brindemos por eso- dijo él, tocando el vaso de su esposa con el pote de salsa kétchup y llevándose luego éste a la boca-. Lamentablemente no puedo darte más lecciones por hoy, pues debo partir para el club.

Zenna escupió gofio y dijo:

-Creo haber señalado ya, en el transcurso de esta charla, que vos no sos socio de ningún club.

-Y yo- repuso Cleto capturando diferentes partículas alimenticias enredadas en su prolija barba- te dije que iba a ir igual.

-Que vas a ir igual, señor mío, significa que vas a ir a UN club. Vas a ir a UN club, pese a no ser socio de ninguno. Pero eso no fue lo que vos dijiste. Vos dijiste que ibas a ir AL club. ¿Cómo explicás eso?

Cleto expectoró abundante ensalada Waldorf.

-He ahí mi respuesta- dijo, limpiándose delicadamente la boca con una servilleta bordada con diseños en hilo blanco.

Zenna, al ver el estado en que su marido había dejado la mesa, sintió una náusea, de la que se alivió vomitando puré de lentejas y polenta a la Caruso. Pero lo hizo con tanta gracia que Cleto no pudo dejar de sonreír. Ella, entonces, le tomó la mano y le preguntó:

-¿Puedo ir contigo?

-Claro- dijo él, y su boca se acercó a la de Zenna en un tierno y largo beso de reconciliación.

--Leo Maslíah--

jueves, 17 de junio de 2010

Los sueños olvidados - Eduardo Galeano


Helena soñó que se dejaba los sueños olvidados en una isla.
Claribel Alegría recogía los sueños, los ataba con una cinta y los guardaba bien guardados. Pero los niños de la casa descubrían el escondite y querían ponerse los sueños de Helena, y Claribel, enojada, les decía:
_Eso no se toca.
Entonces Claribel llamaba a Helena por teléfono y le preguntaba:
_¿Qué hago con tus sueños?

miércoles, 16 de junio de 2010

Epopeya de Edipo de Tebas - Les Luthiers


De Edipo de Tebas haciendo memoria
os cuento la historia con penas y glorias,
de Edipo de Tebas.
Le dijo el oraculo, Edipo, tu vida
se pone movida, seras parricida,
le dijo el oraculo.
Seguia diciendo, si bien yo detesto
hablarte de esto, se viene, se viene un incesto,
seguia diciendo.
Sabiendo tal cosa, su padre, el rey Layo,
veloz como un rayo le dijo a un lacayo,
sabiendo tal cosa:
Te iras con mi hijo, no quiero que crezca,
haz tu que perezca como te parezca,
te iras con mi hijo.
Cumplida la orden, el muy desdichado,
con los pies atados, quedose, quedose colgado,
cumplida la orden.
Edipo salvose y a Layo matolo,
peleandolo el solo al cielo enviolo,
Edipo salvose.
Semanas mas tarde, a Tebas avanza,
resolver alcanza cierta adivinanza,
semanas mas tarde.
La Esfinge de Tebas, al ser derrotada,
se ofusca, se enfada, y se hace, y se hace pomada,
la Esfinge de Tebas.
Y sin darse cuenta, casado el esta,
con quien saben ya, su propia mama!
y sin darse cuenta...
De sus propios hijos hay largas secuelas,
y aunque esto le duela, Yocasta es abuela,
de sus propios hijos.
Edipo al saberlo en una entrevista
con su analista se quita, se quita la vista,
Edipo al saberlo.
Al ver a una esfinge planteando un dilema,
huid del problema cambiando de tema,
al ver a una esfinge.
Madres amantes, tomad precauciones
con las efusiones de hijos varones,
madres amantes.
Por no repetir la historia nefasta
de Edipo y Yocasta, lo dicho, lo dicho ya basta,
por no repetir.

martes, 15 de junio de 2010

Fragmento del Principito

Entonces apareció el zorro.
-Buenos días -dijo el zorro.
-Buenos días -respondió cortésmente el principito, que se dio vuelta, pero no vio nada.
-Estoy acá -dijo la voz- bajo el manzano...
-¿Quién eres? -dijo el principito-. Eres muy lindo...
-Soy un zorro -dijo el zorro.
-Ven a jugar conmigo -le propuso el principito-. ¡Estoy tan triste!...
-No puedo jugar contigo -dijo el zorro-. No estoy domesticado.
-¡Ah! Perdón -dijo el principito. Pero, después de reflexionar, agregó:
-¿Qué significa «domesticar»?
-No eres de aquí -dijo el zorro-. ¿Qué buscas?
-Busco a los hombres -dijo el principito-. ¿Qué significa «domesticar»?
-Los hombres -dijo el zorro- tienen fusiles y cazan. Es muy molesto. También crían gallinas. Es su único interés. ¿Buscas gallinas?
No -dijo el principito-. Busco amigos. ¿Qué significa «domesticar»?
-Es una cosa demasiado olvidada -dijo el zorro-. Significa «crear lazos».
-¿Crear lazos?
-Sí -dijo el zorro-. Para mí no eres todavía más que un muchachito semejante a cien mil muchachitos. Y no te necesito. Y tú tampoco me necesitas. No soy para ti más que un zorro semejante a cien mil zorros. Pero, si me domesticas, tendremos necesidad el uno del otro. Serás para mí único en el mundo. Seré para ti único en el mundo...
-Empiezo a comprender -dijo el principito-. Hay una flor... Creo que me ha domesticado...
-Es posible -dijo el zorro-. ¡En la Tierra se ve toda clase de cosas...!
-¡Oh! No es en la Tierra -dijo el principito. El zorro pareció muy intrigado:
-¿En otro planeta?
-Sí.
-¿Hay cazadores en ese planeta?
-No.
-¡Es interesante eso! ¿Y gallinas?
-No.
-No hay nada perfecto -suspiró el zorro. Pero el zorro volvió a su idea:
-Mi vida es monótona. Cazo gallinas, los hombres me cazan. Todas las gallinas se parecen y todos los hombres se parecen. Me aburro, pues, un poco. Pero, si me domesticas, mi vida se llenará de sol. Conoceré un ruido de pasos que será diferente de todos los otros. Los otros pasos me hacen esconder bajo la tierra. El tuyo me llamará fuera de la madriguera, como una música. Y además, ¡mira! ¿Ves, allá, los campos de trigo? Yo no como pan. Para mí el trigo es inútil. Los campos de trigo no me recuerdan nada. ¡Es bien triste! Pero tú tienes cabellos color de oro. Cuando me hayas domesticado, ¡será maravilloso! El trigo dorado será un recuerdo de ti. Y amaré el ruido del viento en el trigo...
El zorro calló y miró largo tiempo al principito:
-¡Por favor... domestícame! -dijo.
-Bien lo quisiera -respondió el principito-, pero no tengo mucho tiempo. Tengo que encontrar amigos y conocer muchas cosas.
-Sólo se conocen las cosas que se domestican -dijo el zorro-. Los hombres ya no tienen tiempo de conocer nada. Compran cosas hechas a los mercaderes. Pero como no existen mercaderes de amigos, los hombres ya no tienen amigos. Si quieres un amigo, ¡domestícame!
-¿Qué hay que hacer? -dijo el principito.
-Hay que ser muy paciente -respondió el zorro-. Te sentarás al principio un poco lejos de mí, así, en la hierba. Te miraré de reojo y no dirás nada. La palabra es fuente de malentendidos Pero, cada día, podrás sentarte un poco más cerca...
Al día siguiente volvió el principito. -Hubiese sido mejor venir a la misma hora -dijo el zorro-. Si vienes, por ejemplo, a las cuatro de la tarde, comenzaré a ser feliz desde las tres. Cuanto más avance la hora, más feliz me sentiré. A las cuatro me sentiré agitado e inquieto; ¡descubriré el precio de la felicidad! Pero si vienes a cualquier hora, nunca sabré a qué hora preparar mi corazón... Los ritos son necesarios.
-¿Qué es un rito? -dijo el principito.
-Es también algo demasiado olvidado -dijo el zorro-. Es lo que hace que un día sea diferente de los otros días: una hora, de las otras horas. Entre los cazadores, por ejemplo, hay un rito. El jueves bailan con las muchachas del pueblo. El jueves es, pues, un día maravilloso. Voy a pasearme hasta la viña. Si los cazadores no bailaran en día fijo, todos los días se parecerían y yo no tendría vacaciones.
Así el principito domesticó al zorro. Y cuando se acercó la hora de la partida:
-¡Ah!... -dijo el zorro-. Voy a llorar.
-Tuya es la culpa -dijo el principito-. No deseaba hacerte mal pero quisiste que te domesticara...
-Sí-dijo el zorro.
-¡Pero vas a llorar! -dijo el principito.
-Sí-dijo el zorro.
-Entonces, no ganas nada.
-Gano -dijo el zorro-, por el color de trigo. Luego, agregó:
-Ve y mira nuevamente a las rosas. Comprenderás que la tuya es única en el mundo. Volverás para decirme adiós y te regalaré un secreto.
El principito se fue a ver nuevamente a las rosas:
-No sois en absoluto parecidas a mi rosa: no sois nada aún -les dijo-. Nadie os ha domesticado y no habéis domesticado a nadie. Sois como era mi zorro. No era más que un zorro semejante a cien mil otros. Pero yo le hice mi amigo y ahora es único en el mundo.
Y las rosas se sintieron bien molestas.
-Sois bellas, pero estáis vacías -les dijo todavía-. No se puede morir por vosotras. Sin duda que un transeúnte común creerá que mi rosa se os parece. Pero ella sola es más importante que todas vosotras, puesto que es ella la rosa a quien he regado. Puesto que es ella la rosa a quien puse bajo un globo. Puesto que es ella la rosa a quien abrigué con el biombo. Puesto que es ella la rosa cuyas orugas maté (salvo las dos o tres que se hicieron mariposas). Puesto que es ella la rosa a quien escuché quejarse, o alabarse, o aun, algunas veces, callarse. Puesto que ella es mi rosa.
Y volvió hacia el zorro:
-Adiós -dijo.
-Adiós -dijo el zorro-. He aquí mi secreto. Es muy simple: no se ve bien sino con el corazón. Lo esencial es invisible a los ojos.
-Lo esencial es invisible a los ojos -repitió el principito, a fin de acordarse.
-El tiempo que perdiste por tu rosa hace que tu rosa sea tan importante.
-El tiempo que perdí por mi rosa... -dijo el principito, a fin de acordarse.
-Los hombres han olvidado esta verdad -dijo el zorro-. Pero tú no debes olvidarla. Eres responsable para siempre de lo que has domesticado. Eres responsable de tu rosa...
-Soy responsable de mi rosa... -repitió el principito, a fin de acordarse.

--Antoine De Saint-Exupéry--

Lingüistas

Tras la cerrada ovación que puso término a la sesión plenaria del Congreso Internacional de Lingüística y Afines, la hermosa taquígrafa recogió sus lápices y papeles y se dirigió hacia la salida abriéndose paso entre un centenar de lingüistas, filólogos, semiólogos, críticos estructuralistas y desconstruccionistas, todos los cuales siguieron su garboso desplazamiento con una admiración rayana en la glosemática.
De pronto las diversas acuñaciones cerebrales adquirieron vigencia fónica:
¡Qué sintagma!
¡Qué polisemia!
¡Qué significante!
¡Qué diacronía!
¡Qué exemplar ceterorum!
¡Qué Zungenspitze!
¡Qué morfema!
La hermosa taquígrafa desfiló impertérrita y adusta entre aquella selva de fonemas.
Sólo se la vio sonreír, halagada y tal vez vulnerable, cuando el joven ordenanza, antes de abrirle la puerta, murmuró casi en su oído: ''Cosita linda".
-Mario Benedetti-