sábado, 19 de junio de 2010

Controversia en el almuerzo

(Almuerzo en la hierba de Pere Greenham)

-La comida está lista- vociferó Zenna Hénderstut.

Cleto, su marido, se sentó a la mesa y dijo:

-Voy a comer poco, porque después pienso ir al club.

-Vos no sos socio de ningún club- contestó Zenna, sirviendo pollo.

-No importa. Voy a ir igual- dijo Cleto, comiendo berro.

-Igual a qué- preguntó Zenna, salando col.

-No te entiendo- Cleto detuvo un tallo en el intersticio entre sus incisivos.

-Cuando una cosa es igual- aclaró Zenna- es porque es igual a otra, no porque sea igual de por sí. ¿Sí?

-Sí- contestó Cleto, dando semáforo verde al tallo.

-Bueno, yo quiero saber cuál es esa otra.

-No hay ninguna otra, Zenna. Yo no hablé de SER igual, yo hablé de IR igual, ¿entendés? Ir igual al club, aunque no sea socio.

-¿Estás seguro de que no hay ninguna otra?- preguntó Zenna echando mayonesa al apio.

-Ninguna otra qué- inquirió Cleto, sirviendo vino.

-No sé. Lo que sea- concedió la esposa, bebiendo salsa de soja.

-Lo lamento, ‘seewtheart’, pero si no sos más específica no te puedo contestar- dijo él vertiendo vinagre sobre la zanahoria.

-Mirá, ‘hateswat’- Zenna colaboró con aceite-, yo pienso que podés. Lo que pasa es que no querés, porque es una empresa titánica enumerar todas las OTRAS cosas que hay en el mundo. No te preocupes. Te comprendo.

-Bueno, un poco ya me estás ayudando- dijo Cleto agitando el salero-. Cuando yo te pregunté OTRAS qué, vos me dijiste que no sabías, pero ahora me estás precisando que se trata de OTRAS COSAS.

-Sí, otras cosas o…

-O qué, caray.

-Otra mujer.

Cleto se atoró con filamento de chaucha.

-E… entonces no es “o”, es “u”, madre de Dios. Otras cosas U otra mujer. No otras cosas O otra mujer.

-Ya lo sé. Por eso fue que me detuve, antes de completar la frase- dijo Zenna mordiendo puerro.

-Bueno, de todos modos tu caso presenta circunstancias atenuantes: es difícil hablar bien cuando se tiene la boca llena de alcauciles- acusó Cleto, descarozando una aceituna.

-No son alcauciles, querido, son puerros- redarguyó su esposa -, y ahora estoy mascando también perejil, como podrás apreciar.

Zenna abrió grande la boca, para permitir a su marido una inspección ocular.

-No es propio de personas inteligentes mascar perejil- dijo él, rallando queso sobre el arroz con curry.

-¿La otra no lo masca?

-¿Qué otra?

-La otra mujer.

-Cometés el mismo error que la mayor parte de los iberoamericanos: la traducción correcta de la obra de Woody Allen no es “la otra mujer” sino “otra mujer”. ‘Another woman’, en inglés. Pero no te culpo- dijo Cleto, exprimiendo limón-. Nadie puede hablar un inglés medianamente correcto cuando tiene la boca atiborrada de acelga saltada.

-Le erraste como a las peras porque no es acelga sino espinaca- contestó Zenna untando una galleta dietética en salsa golf-. Además yo no hablé inglés, sino perfecto español.

-¿Perfecto? ¡Ja, ja, ja, ja!- al reír, Cleto salpicó fragmentos de tocino a medio masticar sobre la ensalada rusa-. Por favor, Zenna. Esa expresión de las peras, que utilizaste, no sería admitida ni en los barrios hispanos de Nueva York.

-Concuerdo contigo- Zenna engulló tres rodajas de remolacha en salsa tártara-. Pero en Manhattan esa expresión es moneda corriente.

-Casualmente esta mañana alquilé el video de esa película- dijo Cleto trozando pechuga- y te desafío a que la veamos juntos, a ver si en alguno de los diálogos aparece esa expresión. Te apuesto cuatro atados de escarola a que no.

-Estás apostando lo que no tenés- dijo Zenna, limpiándose una encía con la lengua-. Además yo no hablaba de la película, sino de la isla.

-Comprendo- Cleto se sacó delicadamente de la boca una espina de surubí-. Estabas hablando de la isla de edición de video con la que trabaja el distribuidor de la película.

-Pues no, señor sabelotodo- replicó Zenna, regurgitando crema de leche-, no hablaba de eso, pero qué más da. Una vez que a ti se te mete algo en la cabeza, no hay forma de sacarlo.

-Tu caso es diferente, por lo que veo. Al menos en lo que concierne a lo que se te mete en la boca. No tiene dificultad en salir. Esa baba que veo aflorar de tus labios, ¿no es acaso la salsa blanca que deglutiste hace apenas unos minutos?

-No sé ni me importa- Zenna volvió a tragar el líquido-. Lo que me asombra es el perpetuo movimiento temático de tu cháchara. ¿Cuál es su finalidad? ¿Evitar llegar al punto de que hay otra mujer en tu vida?

Cleto levantó una copa llena de Bourbon.

-Por fin estás aprendiendo inglés- dijo-. Pudiste al fin fijar en tu mente lo de “otra mujer”, sin el falaz artículo.

-Si se trata de fijaciones- dijo Zenna, tosiendo hígado de pavo-, no sé realmente qué te dio con la filmografía de Woody Allen. ¿Quién te obnubiló? ¿Gena Rowland? ¿Mia Farrow? ¿Mariel Hemingway?

-Mariel Hemingway- peroró Cleto, y se atoró con una semilla de calabaza-, Ma… Ma… Mariel Hemingway no actuó en “Otra mujer”, sino en “Manhattan”. Además, para tu información, ella es hija de uno de los máximos cultores contemporáneos del idioma inglés, de cuyos rudimentos tú estás recién intuyendo alguna noción.

-¿De quién es hija?- preguntó Zenna con aliento de huevo duro-, ¿de James Joyce?

-No. De Dale Carnegie- contestó su esposo, sirviéndose como postre una porción de ‘lemon-pie’ con mermelada de anchoas.

-Qué bien. Todos los días se aprende algo- Zenna eructó una suspensión de harina de mandioca en efervescencia de sidra.

-Brindemos por eso- dijo él, tocando el vaso de su esposa con el pote de salsa kétchup y llevándose luego éste a la boca-. Lamentablemente no puedo darte más lecciones por hoy, pues debo partir para el club.

Zenna escupió gofio y dijo:

-Creo haber señalado ya, en el transcurso de esta charla, que vos no sos socio de ningún club.

-Y yo- repuso Cleto capturando diferentes partículas alimenticias enredadas en su prolija barba- te dije que iba a ir igual.

-Que vas a ir igual, señor mío, significa que vas a ir a UN club. Vas a ir a UN club, pese a no ser socio de ninguno. Pero eso no fue lo que vos dijiste. Vos dijiste que ibas a ir AL club. ¿Cómo explicás eso?

Cleto expectoró abundante ensalada Waldorf.

-He ahí mi respuesta- dijo, limpiándose delicadamente la boca con una servilleta bordada con diseños en hilo blanco.

Zenna, al ver el estado en que su marido había dejado la mesa, sintió una náusea, de la que se alivió vomitando puré de lentejas y polenta a la Caruso. Pero lo hizo con tanta gracia que Cleto no pudo dejar de sonreír. Ella, entonces, le tomó la mano y le preguntó:

-¿Puedo ir contigo?

-Claro- dijo él, y su boca se acercó a la de Zenna en un tierno y largo beso de reconciliación.

--Leo Maslíah--

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